Doctrina de la Biblia

Agustin Medina
By Agustin Medina septiembre 19, 2022 17:32

Doctrina de la Biblia

Capítulo 10

El hombre redimido

“Cristo nos redimió de la maldición de la ley” (Gálatas 3.13).

El estudio del hombre incluye tres puntos: (1) el estado del hombre cuando Dios lo creó; (2) el estado del hombre en pecado y (3) el estado del hombre redimido. Ya hemos estudiado los dos primeros, ahora vamos a estudiar brevemente el tercero.

Cuando Dios le mostró a Adán los resultados del pecado también le prometió el Redentor. (Lea Génesis 3.15.) En este capítulo sólo le echaremos un vistazo al hombre en su estado redimido. El tema de la redención se considerará más a fondo en el capítulo 25.

El hombre redimido, igual que el hombre en su estado original, goza de comunión con Dios. Pero hay una diferencia entre el hombre redimido y Adán antes de la caída: El hombre redimido se enfrenta con las debilidades de la carne que Adán no tuvo antes de su caída. Él seguirá con debilidades hasta que muera, hasta que Dios llame a sí mismo su alma redimida.

Al comparar al hombre redimido con el incrédulo nos damos cuenta que ambos tienen algo en común: Ambos tienen debilidades humanas y tienen una naturaleza pecaminosa. La carne domina al hombre natural, mientras que el hombre redimido domina a la carne. Aquél anda “conforme a la carne”; éste “conforme al Espíritu” (Romanos 8.1). Aquél está muerto espiritualmente; éste vive espiritualmente. Aquél es vencido por el mal; éste vence el mal con el bien (Romanos 12.21). Aquél está en el camino ancho de la perdición; éste en el camino angosto de la vida eterna.

El hombre redimido como Dios lo rehace:

1. Es un hijo de Dios y ciudadano del reino celestial

En su estado caído, el hombre era “hijo del diablo” (Hechos 13.10; Juan 8.44). Sin embargo, habiendo resucitado de la muerte a la vida y habiendo salido de las tinieblas a la luz, el hombre redimido ha renacido y pertenece a la familia de Dios.

2. Tiene que luchar contra el pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte

Los resultados del pecado todavía se manifiestan por las debilidades de la carne, aunque el alma sea salva. Por tanto, hay una lucha en nuestro cuerpo. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5.17). Además, debemos luchar constantemente. Pablo dice: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9.27). Este cuerpo vil, cuando no está sujeto a la voluntad de Dios, es lo que ha corrompido al mundo. Aun cuando está sujeto a Dios, el hombre redimido tiene que pagar en parte la paga del pecado, sufriendo dolores y finalmente la muerte. El cuerpo es nuestra herencia de Adán y el hombre no se puede librar de él hasta que vuelva al polvo (Romanos 8.1–14; Eclesiastés 12.1–7).

3. Tiene entrada al Padre

Esta entrada no la tiene el pecador. Verdaderamente existe una invitación llena de misericordia: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Isaías 45.22). Pero “el que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Proverbios 28.9). La condición es: “Oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55.3). A cualquier hora del día los hijos de Dios tienen entrada al Padre, quien con tierna misericordia y bondad oye sus oraciones y las contesta conforme a su sabiduría infalible. Ciertamente el hijo de Dios puede decir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1.3).

4. Tiene un abogado celestial

“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1). Él conoce nuestra debilidad e intercede por nosotros al Padre cuando somos tentados (Hebreos 4.15–16). Cuando tenemos a Cristo como nuestro Abogado, no hay nada que temer.

5. Es templo del Espíritu Santo

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros” (1 Corintios 6.19). La Biblia se refiere varias veces a los hijos de Dios, ya sea de manera individual o colectiva, como “el templo de Dios”. Ser la morada del Dios Altísimo es el deseo más sublime del cristiano mientras esté aquí en la tierra. Nuestro deber es mantener nuestro corazón en una condición recta para tener la presencia permanente de este huésped celestial.

6. Es coheredero con Cristo

La Biblia dice que los hijos de Dios son “herederos de Dios” (Romanos 8.17); “herederos de la salvación” (Hebreos 1.14); “herederos de la promesa” (Hebreos 6.17); “heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11.7) y “herederos del reino” (Santiago 2.5). Pablo lo resume todo cuando dice que los hijos de Dios son “coherederos con Cristo” (Romanos 8.17).

7. Tiene esperanza para el futuro

Luego que los dos varones con vestiduras blancas dijeron que Jesús vendría otra vez (Hechos 1.11), los discípulos recordaron que su Señor les había dicho que esperaran en Jerusalén hasta recibir poder. Entonces volvieron a esa ciudad y perseveraron constantemente en oración y adoración hasta que vino el Espíritu Santo. Su fe y su esperanza fueron recompensadas. Asimismo será recompensado cada uno que, velando constantemente y sirviendo fielmente al Señor, espera la promesa de la segunda venida del Señor en su gloria. De manera que esperemos su venida, cuando el anhelo ardiente de la creación será cumplido. “Sin esperanza y sin Dios en el mundo” no se escribió acerca de los hijos de Dios. ¡Todo lo contrario! La esperanza de la venida del Señor y de la gloria y el gozo sin fin debe conmover el alma del creyente. Él tiene gozo en su corazón porque sabe que esta promesa es verdadera: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.

8. Recibirá su redención eterna y completa

El hijo de Dios espera gozosamente su redención eterna. Pero las debilidades de la carne le recuerdan siempre que mientras esté aquí en la tierra no solamente es heredero de la gloria, sino que también es hijo de tristeza. Pablo expresó el sentimiento de muchos soldados de Cristo cuando dijo: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5.4). No se trata de que no estemos satisfechos o que no queramos permanecer en este cuerpo hasta que nuestra misión sea cumplida, sino que la esperanza de una gloria más completa y rica, donde no se conocen debilidades humanas, lágrimas y dolores nos impulsa a exclamar como lo hizo Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Otra vez Pablo expresa nuestros sentimientos: “También nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8.23). Esta redención se perfeccionará en la resurrección cuando Cristo vuelva por los suyos y cuando, con cuerpos glorificados, nos encontraremos con él en el aire (1 Tesalonicenses 4.16–18).

CAPÍTULO 11

La muerte

“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).

“Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15.54–55).

Hemos decidido dejar para el final este tema en el estudio del hombre mortal, ya que la muerte es la puerta entre el tiempo y la eternidad.

¿Qué es la muerte?

1. La muerte es una separación

La muerte física o natural es una separación del alma y del cuerpo. (Lea Génesis 25.8; Eclesiastés 12.7.) La muerte espiritual es cuando el alma se aparta de Dios en esta vida (Efesios 2.1, 12; 1 Timoteo 5.6). La muerte segunda es la separación eterna del alma de su Dios. El alma condenada estará en el lago de fuego con el diablo y sus ángeles (Apocalipsis 2.11; 21.8).

2. La muerte es la paga del pecado

Dios plantó el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del Huerto de Edén y amonestó a Adán, diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.17). Después que Adán hubo pecado entonces oyó esta sentencia: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3.19). Dios ha establecido que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4). Pablo destacó este hecho cuando dijo: “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12). El pecado separa al hombre de Dios y produce la muerte.

3. La muerte es un enemigo la cual, por la resurrección de Jesús, se ha convertido en una bendición

Aquí hablamos únicamente de la muerte física. Fue un acto misericordioso de Dios sacar al hombre del Huerto de Edén para que no comiera del árbol de la vida y así vivir para siempre en su estado pecaminoso. Aunque la muerte es “el postrer enemigo que será destruido” (1 Corintios 15.26), por la muerte y la resurrección de Cristo sentimos que el aguijón ha sido quitado de nosotros. Por medio de él la muerte es la puerta por la cual pasamos de este mundo pecaminoso a la vida gloriosa del mundo venidero. Al ver la muerte por todos lados recordamos siempre la debilidad del hombre y la importancia de estar listos para este llamado de Dios.

4. La muerte no es el fin de la vida

Después que la hija de Jairo había muerto, Cristo dijo: “No está muerta, sino que duerme” (Lucas 8.52). ¡Sí, ella estaba muerta! Sin embargo, fue sólo un sueño. En este caso, ella durmió sólo hasta que el Señor la tocó. Pero si a ella se le hubiera permitido dormir hasta la resurrección entonces el sueño no hubiera sido diferente de lo que fue en aquel momento. Después de que se le informó a Cristo que debía ir donde estaba Lázaro, él le dijo a los discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme” (Juan 11.11). Pero luego lo explicó, diciendo: “Lázaro ha muerto”. Cuando la muerte toca al cuerpo, éste duerme hasta el tiempo de la resurrección. Entonces se levantará al llamado del Señor. El hecho de que la muerte es un dormir temporal se ve claramente en el mensaje de Pablo a los tesalonicenses. (Lea 1 Tesalonicenses 4.13–15.)

Lo que la muerte no es

1. No es “el dormir del alma”

La idea de que el alma y el cuerpo van al sepulcro juntos no encuentra su apoyo en las escrituras. Dios dice que en la muerte “el polvo [vuelve] a la tierra, como era, y el espíritu [vuelve] a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12.7). Cuando el mendigo Lázaro murió “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lucas 16.22). El hombre rico, aunque fue enterrado, abrió sus ojos, “estando en tormentos”. Pablo consoló a los tesalonicenses, diciendo: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4.14). ¿Cómo podría él traer consigo las almas de los muertos si no estuvieran con él?

2. No es la destrucción completa del alma

La teoría de la destrucción del alma tiene su base en la creencia que el alma no puede existir separada del cuerpo. Algunos dicen: “La muerte significa muerte y nada más”. Por una parte tienen razón, pero cuando plantean que hay únicamente una sola clase de muerte van en contra de las escrituras. “Polvo eres, y al polvo volverás” no se dijo del alma. ¿Qué quería decir Pablo cuando escribió a los efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos” (Efesios 2.1) o cuando escribió a Timoteo: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5.6)? ¿Por qué le habría dicho Cristo al malhechor en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, si no hubiera una vida más allá del sepulcro? No, la muerte no es la destrucción del alma. Al hecho de dejar de vivir naturalmente lo llamamos muerte física. En cambio, cuando dejamos de vivir espiritualmente esto es lo que conocemos como la muerte espiritual. Los justos así como también los impíos existirán eternamente después de la muerte física (Mateo 25.46).

El aguijón de la muerte

El justo no teme al aguijón de la muerte porque sabe que sus pecados son perdonados. La muerte física del justo liberta al espíritu para que vuelva a Dios. El cuerpo vuelve al polvo para esperar el llamado de Dios en el día de la resurrección.

Hay que recordar que la muerte física traerá libertad gloriosa únicamente a los salvos en Cristo. A los injustos les espera el castigo eterno, mas los justos se consuelan con la promesa de la vida eterna.

El hijo de Dios, mirando más allá del río de la muerte, se consuela con este pensamiento: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5.l). Para el hijo de Dios la muerte significa la libertad del alma. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (…) Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15.55–57). Cuando nuestros amados que mueren en el Señor son puestos en el sepulcro, nuestros tristes corazones se consuelan con la esperanza de que nos encontraremos nuevamente en el hogar celestial donde la muerte no entrará jamás.

Agustin Medina
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